Cuento Los Locos de mi Barrio


Literatura a granel de mi propia inspiración, dedicados a los que con musas inconclusas, tienen la valía de publicar las ideas que deambulan su mentalidad sideral.

Arco[i]riografía






En el corazón de un pueblo vibrante, donde las casas se alineaban como estrechas gaviotas y las calles susurraban historias de antaño, habitaba un niño llamado Andrés. Sus ojos, como dos luceros curiosos, absorbían cada detalle del pintoresco lugar, y su mente, cual esponja insaciable, se empapaba de las leyendas y personajes que poblaban su barrio.

Entre ellos, destacaban los «Locos del Barrio», figuras excéntricas que, con sus peculiares excentricidades y bondad innata, pintaban de colores el lienzo cotidiano.

Estaba Don Cosme, el viejo organillero, cuyas melodías melancólicas flotaban en el aire como suspiros nostálgicos, transportando a los transeúntes a un mundo de sueños y recuerdos. Con su organillo destartalado y su sombrero raído, recorría las calles, regalando su música a cambio de una sonrisa o una moneda.

También estaba Doña Mercedes, la «Loca de las Flores», quien adornaba cada rincón del barrio con sus creaciones multicolores. Su pequeña casita era un oasis de fragancias y alegría, donde las flores trepaban por las paredes y las ventanas, como si quisieran escapar hacia el cielo.

Y no podemos olvidar a Chuy, el «Loco del Parque», un hombre alto y delgado que conversaba animadamente con las ardillas y los pájaros. Su risa contagiosa resonaba entre los árboles, mientras les contaba historias fantásticas y les compartía su almuerzo.

Andrés observaba a estos personajes con fascinación, intrigado por su mundo interior y la forma en que interactuaban con el barrio. A pesar de que algunos los consideraban excéntricos, él veía en ellos una sabiduría peculiar, una conexión profunda con la naturaleza y una bondad que brillaba con luz propia.

Un día, Andrés se acercó a Don Cosme y le preguntó: «¿Por qué toca su organillo en las calles, si nadie le da dinero?». Don Cosme, con una sonrisa serena, le respondió: «Mi música no busca recompensa, pequeño. Busca llenar los corazones de alegría y recordarles a las personas la belleza que los rodea».

En otra ocasión, Andrés encontró a Doña Mercedes sentada en su jardín, rodeada de flores. Le preguntó: «¿Por qué decora el barrio con flores, si nadie se lo pide?». Doña Mercedes, con ojos llenos de ternura, le dijo: «Las flores son como sonrisas, pequeño. Tienen el poder de alegrar el día y hacer que el mundo sea un lugar más hermoso».

Y finalmente, mientras jugaba en el parque, Andrés vio a Chuy conversando con una ardilla. Se acercó tímidamente y le preguntó: «¿Qué les dice a los animales, Chuy?». Chuy, con una mirada pícara, le respondió: «Les cuento historias de aventuras, pequeño. Les hablo de mundos lejanos y criaturas mágicas, para que su imaginación pueda volar libre».

Las palabras de Don Cosme, Doña Mercedes y Chuy resonaron en el corazón de Andrés como ecos de una profunda sabiduría. Comprendió que la verdadera riqueza no reside en las posesiones materiales, sino en la bondad, la creatividad y la conexión con el mundo que nos rodea.

Desde ese día, Andrés comenzó a ver a los «Locos del Barrio» con nuevos ojos. Ya no eran solo figuras excéntricas, sino maestros de vida que le enseñaban valiosas lecciones sobre la felicidad, la generosidad y la importancia de apreciar la belleza que nos rodea.

Y así, Andrés creció rodeado de la magia y la sabiduría de los «Locos del Barrio», llevando en su corazón las enseñanzas que le habían brindado y convirtiéndose en un faro de alegría y bondad para el resto del pueblo.







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